El POST QUE NUNCA FUE
Ayer, tras leer el blog de Mario Ornat, tenía preparado el título del post sobre las semifinales de copa, pensaba denominarlo la soledad del zaragocista en Calahorra. Pero una serie de señales, de presagios que podrían haber sido interpretados por un aurispice, deberían haberme puesto en guardia frente lo que iba a pasar en lo que Mario Ornat definía como un rectágulo de esmeralda bañado por los focos y convertido en el escenario de los sueños, de las ilusiones, de los tacos de diamante, de las parábolas perfectas y de los regates trazados por el pincel de un impresionista.
Por la mañana un oráculo me había advertido que la estatua de Quintiliano había aparecido arropada por una bufanda del Zaragoza el día después que Galletti iniciase el declive del imperio galáctico en una montaña mágica. Por la tarde, la nostalgia de tangos porteños se mezclaba con la épica esperando que llegase el momento de poder mirar a los ojos de los reyes del mambo sin bajar los ojos.
La Copa tiene aroma de genialidad, de lo sublime, de lo efimero; de lo que se olvida dos semanas después pero permanece para siempre en la memoria colectiva que nos define para bien y para mal, una escultura de hielo que se saborea, años después, en el recuerdo.
No pude asistir a la Romareda, esperaba ver el partido solo, sufriendo, contemplando como dos tarjetas hacían humo las esperanzas, pero tenía el recuerdo de los anteriores miércoles en el campo. En los bares no hay bocadillo al descanso, pero coincidí con la colonia zaragocista de Calahorra, los que vivían por Tenor Fleta, los que hacían referencia al Miguel Servet y los que desde el momento en el que empezó a rodar el balón sabíamos que el post que tenía previsto nunca iba a ser
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