ADOLESCENTES NORTEAMERICANOS EN EL MONASTERIO DE SILOS
Este año me he montado la semana santa bastante mal. He tenido que trabajar bastante más de lo que me hubiera gustado, por lo que no he podido viajar todo lo que me apetecía. Coincidía muy pocos días con Silvia, así que nos decantamos por una visita rápida a la Provincia de Burgos. El año pasado fue el último verano que fuimos jóvenes, o por lo menos así nos consideraban los señores de Paradores Nacionales a la hora de aplicarnos tarifas especiales. Para celebrar el fin de nuestra juventud, hicimos una ruta por los paradores de Extremadura y nos apuntamos al club de amigos de Paradores. La pertenencia a amigos de Paradores te permite disfrutar de una serie de ventajas a la hora de reservar y pagar futuras estancias en alojamientos de la red. La semana pasada reservamos un par de noches en el Palacio Ducal de Lerma. Dormimos en una habitación abuhardillada desde la que se divisaba el suelo empedrado de la plaza Mayor.
Una de las visitas obligadas de la zona es el monasterio de Santo Domingo de Silos y sus monjes cantores. Es interesante contemplar los relieves románicos que son explicados por un guía repeinado que recita de memoria las características de la escultura medieval; y señala apóstoles y seres fantásticos de los capiteles con la antena telescópica del radiocasette de un opel Corsa (ésto es un ejemplo de la unión de arte y automóvil propio de ¿dónde está el depósito?).
Después de contemplar el ciprés de Gerardo Diego, nos fuimos a tomar el sol a la única terraza que estaba abierta en todo el pueblo de Silos. Nos encontrábamos en un día entre semana en plena temporada baja. Esperábamos una llamada poco agradable y sólo el motor de un camión repartidor de butano perturbaba el silencio de las piedras restauradas hacía poco tiempo. La dueña del bar tenía los ojos fijos en Ana Rosa Quintana, quien desde un aparato de televisor Radiola daba consejos dermofaciales, incluso se había olvidado de Silvia y de mí. Pero de repente una caterva de adolescentes estadounidenses comenzó a pulular por las calles estrechas en busca de algo para comer, antes de los oficios cantados de la hora Sexta. Los adolescentes tenían esa edad imprecisa de los protagonistas de las películas que finalizan con un baile de graduación. Acabaron entrando en el bar en el que estábamos. Intentaban hacerse entender con la señora y se preguntaban entre ellos how do you say cheese in esspaniol? ¡Tragedia! La mujer no tenía pan. Les explicaba por gestos que mejor se tomasen una bolsa de patatas fritas de Soria. Los jóvenes, desesperados, abandonaban el local; todos menos uno que se empeñaba en meterse al cuerpo un bocadillo. La mujer lo sacó fuera y le hizo saber por señas que esperase que iba a buscar el pan a la panadería de guardia. A los cinco, o más, minutos apareció con dos barras de pan amacerado bajo el brazo, como si fuese una imagen de la postguerra sacada por Robert Capa, o algún otro miembro de Magnum. Los jugos gástricos del americano se mezclaban con las risas de sus compañeros que estaban contagiados por el sol. Al poco rato, la mujer sacó un bocadillo de chorizo con aspecto rancio, de esos que comérselo no pueden acarrear más que tristeza y más hambre; pero el muchacho de aspecto desaliñado estaba feliz con su almuerzo.
Por cierto, el gregoriano no me gustó nada. El mejor acercamiento a la cultura fue poder leer junto a Silvia, por las noches, en el patio del Palacio Ducal mientras las velas se consumían. Nuestra única compañía era el eco de las pisadas de las parejas que subían a los torreones.
2 comentarios
Gerardo Diego, redivivo -
pat rizia -