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GANDHI EN LA CALLE ITALIA

GANDHI EN LA CALLE ITALIA

Cada día me gusta más desayunar en el bar de debajo de mi casa. Las mañanas que no trabajo es lo primero que hago. Me tomo un café con leche y un pequeño croissant relleno de chocolate, siempre me quedan restos de azúcar glassé en las comisuras de los labios. Luego vuelvo a casa para ducharme y adecentarme. Hace un par de años cogieron el traspaso del Sildavia unos chinos modernos que  ven los documentales de insectos y osos panda de los canales temáticos de Naturaleza, al mismo tiempo que mueven la cabeza como si estuviesen de acuerdo con la voz del narrador.

 Ayer, tras defenderme con mi nórdico de los primeros fríos traicioneros, me dispuse a repetir el ritual del desayuno. Salí a la calle y saludé al dueño de una lavandería que  fuma desde el quicio de su puerta. Me dirigía, tranquilo, al Sildavia pero en la otra acera había una situación acalorada. Una señora bastante alterada discutía con unos hombre trajeados con pinta de comerciales de productos informáticos o recambios de automóvil. El asunto era sencillo, la mujer tenía su coche estacionado en la calle pero el equipo de comerciales había aparcado en doble fila, impidiendo que la mujer se marchase. La mujer nerviosa, que  había estado un cuarto de hora abusando del claxon, terminó llamando a la policía. Los señores con americanas azul marino, corbatas apagadas y pantalones de pinza se disculpaban; pero por su tono parecían los agraviados. El volumen de la conversación aumentaba con cada palabra. Una señora, con traje chaqueta pero sin corbata, que era miembro del equipo de aparcadores en doble fila, intentaba alejarse con el vehículo infractor para escapar  de una multa segura. Yo proseguía mi camino hacia mi dosis matutina de cafeína, cuando un chico joven terció en la discusión. Se puso delante del coche en doble fila impidiendo su huída. Uno de los señores de corbata rancia, que se estaba poniendo colorado, le dijo varias cosas a diez centímetros de su rostro, entonces el joven se sentó en el suelo de la calle con las piernas cruzadas y su espalda apoyada en la rueda delantera derecha del vehículo. Yo entré en el Sildavia, había un  nuevo camarero oriental que hablaba como si hubiese vivido toda su vida en el barrio de las Delicias -Toma tu cafecico, maño-. Desde la luna del Bar como atalaya para voyeurs observé el final de la historia del joven, que imitando a Gandhi permaneciá impasible a los insultos y provocaciones de los Señores vestidos con el uniforme homologado del representante. Cuando el altercado acabó me puse a mirar la pantalla plana del Sildavia. El documental de ayer era de Batracios.

#La imagen fue como está pero con un Opel verde de grandes dimesiones y un Martín Martín al fondo.

6 comentarios

luigi -

Pues tal y como está el patio yo hubiera jurado por un final del tipo:
"atropellan a un peaton tras por una discusión de tráfico"...

SantiNoBrain -

Aplausos para el espontaneo.
Abucheos para los "energumenos" doblefilistas.
Quizá la señora debería haber llamado antes a la Local.
Por cierto, cuando vamos a descargar a una zona con carga y descarga, y esta se encuentra llena de turismos, tenemos la costumbre de llamar a la Local. No nos despejan, pero alguno se va escocido.
En esta ciudad el tráfico me pone cada día de peor genio. (lease mala leche)

lamima -

Con un par, si señor. Indigna siempre ver que la gente pasa de tener un mínimo civismo (por ejemplo aparcando en doble fila sin estar al tanto de si molesta para retirar el coche) pero aún indigna más ver la soberbia con que lo hacen algunos.
Como por desgracia estas conductas abundan, habrá que empezar a hacer de Gandhi más a menudo.

Fernando -

Impresionante gesto. Lo referencio en mi blog http://bambino.blogia.com/2006/120501-aun-quedan-heroes.php

jcuartero -

Aún quedan. Pocos pero quedan

Dieguez -

Las calles de Zaragoza convertida en la Tiananmen del siglo XI, qué cosas. Aún quedan héroes...