CRÓNICA ALMONEDA 06
Almoneda es la feria de Antigüedades, Galerías de arte y Coleccionismo que se celebra en el recinto ferial de Madrid desde el 4 hasta el 12 de marzo. La víspera de la Cincomarzada me desperté temprano para poder desayunar un par de porras. Parecía un guiri tomándome el café y buscando en los periódicos de la capital alguna referencia a Zaragoza, mientras ponía como un Cristo la mesa de una cafetería de la calle Narváez. Por supuesto no nos citaban ni en la sección de contactos. Cogí el metro en Goya y comencé a ver dos tipologías de pasajeros, los veterinarios que iban a un congreso en la misma IFEMA y jóvenes de jersey de cuello redondo y camisas blancas con pantalones de raya. Si, en efecto se trataba de los sujetos de Nuevas generaciones del PP que iban memorizando las preguntas que más tarde le formularían, a ese señor de barbas que se queja de todo, en la convención nacional de dicho partido.
A la entrada del Campo de las Naciones había una gran concentración de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, lo que hizo que pagase mi entrada y no intentase colarme. Siete euros cuesta el acceso al pabellón cuatro (nada que ver con Iñaki Gabilondo) en donde se reúnen las más selectas galerías de antigüedades de todo el territorio nacional. Predominan las tiendas provenientes de Madrid y Cataluña, no obstante también se encuentra una nutrida representación aragonesa. La Almoneda Pérez Algora de Huesca, Antigüedades Altabella de Aguaviva, Carlos Gil de la Parra, Columna 32, Echeverría, Internacional Plaza Anticues, los Sitios de Zaragoza, Marsol, Miguel Cebrián, Miñana, Paz Gimeno y River todos ellos de Zaragoza. También había una tienda de Tarragona, Jonathan y Goretti, a la que le habían atribuido un origen zaragozano y cuyos empleados se esforzaban por desmentir en cada una de las consultas que se les realizaba “No, no, que se han equivocado. Que somos de Tarragona. Ya verás cuando se entere Goretti”.
La afluencia de público era constante, tan sólo se hacía incómodo en aquellos stands que ofrecían los artículos más interesantes. A mi me gustó mucho Anamorfosis de Barcelona, especializado en televisores de los años 50, pero que también tenía expuestos varios fonógrafos, linternas mágicas y zootropos, un paritorio del siglo XIX así como taxímetros de los años 40 con precios que oscilaban entre los 150 y los 200 euros. No pude resistirme y pregunté el precio de una hucha de plomo con la forma del perrito de la voz de su amo (His Master Voice, HMV). Se me iba del presupuesto, es que 300 euros son 300 euros; pero a cambio el simpático propietario me contó una serie de cosas muy interesantes con respecto al chucho en cuestión. Me explicó que la hucha se llenaba con monedas y cuando no cabían más se canjeba por un gramófono de His Master Voice, pero sobre todo me relató la historia del propio chucho. Nipper que así se llamaba era el perro de Barraud, quien realizó una pintura que representaba al perro de su hermano fallecido escuchando un gramófono que reproducía la voz de su difunto amo. Años más tarde se convirtió en la publicidad de la casa comercial; con el tiempo la fama de Nipper trascendía a la de su amo, tanto que los dueños de HMV se preguntaron que había sido del animal. Se encargó una investigación para dar con él y hoy sus huesos se encuentran en el museo de la música.
En las galerías aragonesas mostré interés por unas aguadas de Beulas, un cuadrito de Natalio Bayo y dos obras de Víctor Mira.
Con respecto a los libros hallé un volumen francés de 1814 sobre los sitios de Zaragoza con numerosos grabados, que ilustraban las tácticas militares de los sitiadores, al precio de 1200 euros Todo se escapaba de mis posibilidades, por lo que me decanté por llevarme como souvenir una de las pocas cosas que podía sufragar. Se trataba de cinco cupones de racionamiento de la ciudad de Logroño en la inmediata posguerra, del mismo año 39.
Cuando ya me iba me encontré a un catedrático de Historia del arte de la Universidad de Zaragoza, que llevaba a su hijo pequeño a corderetas, buscando tallas góticas. Pocos minutos después abandonaba el mundo de la almoneda para introducirme en el no menos apasionante mundo del vermú.
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