CRÓNICAS DE MAÑOHATTAN, TRES. PARCHÍS EN EL PASTÍS
Los restaurantes de moda tienen un problema, es que están de moda. Con frecuencia hay que hacer cola, que por otra parte abre el apetito. Ir a un local en las que un maitre molón viste como lo haría Jones en La conjura de los necios, puede provocar situaciones interesantes.
En el mundo de la hostelería lo francés es chic desde el barrio de Torrero a Bangladesh. Manhattan no podía ser menos. Varios establecimientos de los que alcanzan las máximas puntuaciones en la guía Zagat tienen escrita su carta en el idioma de la otra cara de los Pirineos. La guía zagat es una publicación que califica del 1 al 30 diversos aspectos relacionados con el restautante, su comida, su servicio, su decoración y su precio. Me gustaría saber qué puntuación obtendría el Sorte en el apartado servicio
El día que fui con Silvia a comer al Pastís veníamos de la Feria del Libro de Brooklyn. Los editores dicen que Brooklyn es la parte de EEUU que tiene más escritores por kilómetro cuadrado. Los niños que nacen allí vienen con una novela debajo del brazo. La gente que coge el metro para regresar a su casa lee en los vagones obras de alta enjundia literaria, dejando los best-sellers para la intimidad del hogar. Tienen miedo a ser identificados como consumidores de literatura de Segunda División B.
En la feria me llamaron la atención dos cosas. La primera fue la manera que tenía una escritora de publicitar su libro. Se trataba de una boxeadora que reflexionaba sobre lo femenino y el cuadrilátero. La autora hacía abdominales de manera ininterrumpida hasta que tuvo que atender a los periodistas de una televisión local. El otro momento memorable tuvo lugar en un escenario efímero en el que un cubano estaba recitando sus poemas, con una entonación a medio camino entre el Romancero Gitano de Lorca y una canción de Hip-Hop.
El Pastís salía bien parado en las reseñas gastronómicas. Yo me suelo creer bastante las críticas, sobre todo si las firma Pedro Zapater. Así que esperamos con paciencia nuestro turno de comida. El maitre molón nos sentó en una pequeña mesa para dos comensales que lindaba con otras dos de idénticas dimensiones, separadas a escasos cinco centímetros. La proximidad con nuestros vecinos y la solidaridad innata de quien hace cola juntos hizo que entablásemos conversación con una pareja de señores encantadores. Se trataba de unos jubilados que hablanban con la rítmica de los tanguistas porteños. Hablamos de la Argentina y de España, pero sobre todo dimos un repaso al cine de los dos países. Es que estábamos ante profesionales, auténticos profesionales. El señor que se comía una ensalada sofisticada y que las nieves del tiempo platearon su sien resultó ser el productor de las películas de Parchís. Hoy ya se ha retirado de la industria audiovisual.
En el Pastís aprendí que un restaurante de moda te puede dejar buen sabor de boca, indepedientemente de la comida que sirvan.
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estefania rdoriguers gonsalez -