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RELATILLO DEL MES: FEBRERO

RELATILLO DEL MES: FEBRERO

 Después de comer me he tumbado en el sofá con la intención de echar la siesta.  Quería cerrar los ojos y apoyar la cabeza en un cojín de motivos versallescos, pero primero he puesto en la televisión un documental de viajes y me he acordado de Sara. Esperaba encontrar una entonación pausada. Una voz de anestesista zurdo que fuese capaz de dormirme antes de pronunciar una palabra esdrújula. Los narradores de documentales ejercen sobre mí el mismo influjo que los encantadores de serpientes sobre las pitones y las boas constrictor.  En la pantalla aparecían imágenes de Trieste y me he acordado de Sara. Hace tiempo que lo nuestro ha terminado, tanto que había olvidado que la había olvidado. Ver al presentador entar en un café centenario de aroma austriaco y comerse una tarta Sacher ha sido suficiente para volver a pensar en nuestro tormentoso viaje a Trieste. Un despropósito, un desencuentro de dos cerillas que se apagaban en el desierto. Cuando cogimos el avión de ida ambos sabíamos que estábamos viviendo el epílogo de una segunda parte que hacía bueno el refrán. Toda la planificación de las vacaciones fue una mierda. Ella quería ir a San Petesbugo y yo a Casablanca para tomar un cortado en el Rick´s Café Americain. Ninguno de los dos estábamos dispuestos a ceder "qué si en San Petesburgo hace mucho frío", "qué si en Casablanca hace mucho calor". Lo que no sabíamos es que en Trieste hacía mucho viento, viento que no era otra cosa que la premonición de lo que nos iba a suceder. Como ninguno de los cedíamos tuvimos que optar por una decisión salomónica. Cogimos un Atlas con el lomo pelado. Un viejo volumen de geografía desfasada en el que todavía existía Yugoslavia y Hong Kong era británico. Trazamos una línea con un boli Bic que uniese los canales decadentes de San Petesburgo y la Casablanca inexistente. En la mitad estaba Trieste. Lo único que conocía de la ciudad era que le habíamos ganado la Expo y que lo celebramos como un nuevo gol de Nayim. En este viaje ,por el contrario, íbamos a perder sin necesidad de llegar a la prórroga.

Todo salió mal. Recuerdo cuando ya no nos hablábamos y fui solo hasta la casa donde había vivido Joyce. Bajo las ventanas de su estudio me prometí volver a intentar leer el Ulises por tercera vez, a la tercera va la vencida. Todavía no lo he acabado. La última noche de nuestra estancia hicimos una tregua en nuestro silencio. Nos dimos una última tarta Sacher para terminar con buen sabor de boca nuestra relación. El amor no es más que un par de tartas Sacher al anochecer, elegante por fuera y  empalagoso por dentro. Follamos toda la noche pero al día siguiente viajamos en asientos separados del avión. En lo único que pensaba era en el culo de la azafata de Alitalia.

No pude dormir la siesta, tuve que ir a  Portadores de Sueños a buscar una nueva traducción del Ulises y luego a Ascaso a comprarme una porción de tarta Sacher. 

#La imagen corresponde a Joyce imitando a Mauricio Aznar

4 comentarios

jcuartero -

Al contrario del personaje del relatillo, conseguí terminar el "Ulises" en la segunda tentativa. Fue un experiencia larga, casi un reto de superación personal. Hoy no creo que lo volviese a leer

Ángeles -

No hay nada mejor que una tarta Sacher contra el desamor. El "Ulises" de Joyce es impresionante, todo el mundo presume de haberlo leido y yo va la cuarta vez que lo intento y no puedo con él.

jcuartero -

Gracias de parte del club de estudios Sacherianos

pat rizia -

Me ha encantado el relato de este mes, no hay nada como un viaje para acelerar la agonía de una relación terminal. Vivan las tartas Sacher, y al Ulises que le den, no hay quien lo aguante.