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NIEVE Y ALTURAS

NIEVE Y ALTURAS

Estaba con Silvia en el hall de un hotel de Logroño tomándonos un vino. Hacíamos tiempo para que viniesen a buscarnos, una chimenea moderna calentaba el espacio de diseño. De repente irrumpieron en la recepción una docena larga de ingleses comenzaron a registrarse y pedir las llaves de sus habitaciones, luego nos enteramos que se trataba del cuerpo técnico y de familiares de la selección británica sub-20 de Hockey sobre hielo, que participaba en una fase previa del campeonato del mundo que se celebraba esos días. Eran las nueve de la noche y nevaba, parecía que el tiempo estaba contratado por la organización del torneo.

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Las relaciones sociales que he hecho en mi exilio se concentran en torno a las barras de los bares. Leía Piedad de Miguel Mena en   la taberna irlandesa en la que me tomo el cortado de media mañana cuando  a uno de los habituales que viste con la chaquetilla del chándal del Numancia le llamaron por teléfono. Separó el móvil unos centímetros  y me dijo “Es el tío de Agapito, el del Zaragoza. Que tengo gran amistad con él”.

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Tuvimos un problema con la calefacción del piso de Zaragoza. El seguro  que tengo contratado es tan básico que se podría decir que es un inseguro del hogar, pese a los pronósticos que hice sobre la no cobertura de la póliza fue todo a las mil maravillas. Uno de los operarios que vino a arreglar el desaguisado de las tuberías de cobre se fijo en un corcho en el que hay sujetas con chinchetas fotos de Marina. Le llamó la atención una fotografía en el que estamos con la familia de mi madre en un hangar del Aeropuerto de Zaragoza vestidos con chalecos reflectantes y aviones de carga al fondo, pensó que Marina había nacido en pleno vuelo y que el parto fue atendido a siete mil metros de altura. Le contesté que fue  más prosaico y seguro, un nacimiento  en tierra, y que menos mal porque sólo vuelo con Ryanair.

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