EL ANACRONÓPETE, E. GASPAR Y OTRAS MÁQUINAS DE VIAJAR
Uno de los primeros post que escribí en mi vida se centraba en Sindulfo García, personaje de una novela de Enrique Gaspar titulada el Anacronópete 1887. De Sindulfo García nos tenían que interesar dos cosas. La primera y más importante que se trataba de un sabio alocado que vivía y trabajaba en Zaragoza. La segunda que había inventado la primera máquina del tiempo de la literatura universal. Se había adelantado siete años a Alexander Hartdegen de La máquina del tiempo de H.G Wells, que tantas y tantas veces hemos visto en las sobremesas de los sábados en Tv1 encarnado en Rod Taylor.
La vida de Enrique Gaspar es muy curiosa, desde pequeñito tenía claro que quería dedicarse a escribir. Desarrollaba guiones de Zarzuelas y novelas, que maduraba a lo largo de los años reescribiéndolas una y otra vez. La Literatura, al igual que ahora, daba de comer bastante mal. No le quedó otro remedio que entrar a formar parte del cuerpo diplomático. Fue destinado a lugares exóticos como Hong-Kong y Macao, donde para vencer el aburrimiento escribía con mayor entusiasmo. Macao era muy diferente a como es ahora. El aroma portugués se mezclaba conlas especias orientales. El ruido de los conductores de Ricksaws ahogaba el sonido de las olas. No había casinos como el Sands, en el que este junio Silvia y yo ganamos una cantidad equivalente a 50 euros. El calor húmedo hacía que Enrique Gaspar estuviese sudando todo el día. El despacho de la embajada se convirtió en el lugar ideal para combatir la rutina, que lo alejaba cada día un poco más de la vida social que se respiraba en los círculos literarios de finales del S XIX.
Tras su experiencia asiática acabó como cónsul en Oloron, donde murió en 1902. El otro día en la Plaza San Bruno encontré uno de sus libros Las personas decentes. El estilo era decepcionante. Se trataba de una novela costumbrista que carecía de la frescura y agilidad del Anacronópete. Su lectura fue un tueste superior a las sesiones de control del Gobierno en el Congreso de los Diputados. Nueve de cada diez personas coherentes lo habrían a abandonado al tercer capítulo y lo habrían dejado al fondo de una estantería para que fuese acumulando ácaros burgueses de familia de clase media. La historia carecía de gancho, pero lo que si que tenía cierto interés era la ambientación en el norte de un Aragón imaginario. Una especie de Amar en tiempos revueltos pero con familias bien pirenaicas. La novela es de 1891, época en la que E. Gaspar desempeñaba sus funciones consulares en Olorón. El argumento pivota en torno a la construcción de un ferrocarril que pasase por la localidad de Valdeolea y sobre los distintos movimientos especulativos que van contra el interés de la zona. Es muy curioso el que Gaspar expanda los límites territoriales aragoneses, porque Valdeolea no es otra localidad que un trasunto literario de Oloron. Está más al norte que Canfranc. Depende judicialmente de Jaca y todas las acciones vitales de los habitantes se trasladan a Zaragoza. El protagonista estudió Filosofía en Zaragoza. Las personas decentes de Valdeolea se dedican a la política en Madrid. Forman un verdadero lobby pirenaico que discute sobre la creación de un tren (el embrión del maltoalogrado Canfranero), aunque bajo ese aspecto de defensores de los intereses territoriales del Alto Aragón se esconden mezquindades y ruindades personales.
No hemos cambiado nada. Bueno, si. Hemos cambiado a peor, ni siquiera tenemos la influencia de esos Florentinospérez de finales del XIX
P.D La fotografía corresponde a la fachada de la Catedral de Sao Paolo en Macao. Se aprecia la fusión entre Oriente y Occidente
5 comentarios
jcuartero -
El señor de los olorones -
Sobre Gaspar, estoy seguro de que su máquina del tiempo le habría venido de coña a su biznieto el exconcejal de urbanismo... y tal
jcuartero -
Recuerdos a los dos
jio -
me dejas con ganas de más.
tausiet copón! pom pom
t7 -